La liminalidad
Aquellos de ustedes que leyeron el post anterior ya saben que el termino «salud mental» es confuso y en cierta forma vacío. pues los médicos no estamos entrenados en proporcionar salud a nuestros pacientes sino en reconocer enfermedades, y proporcionar diagnósticos y tratamientos, también en rehabilitar las secuelas que la enfermedad deja en la autonomía de aquellos pacientes que han sufrido una grave perturbación y en la atención de lo que conocemos como cronicidad.
Pero lo cierto es que no proporcionamos «salud» y mucho menos mental, porque la salud mental depende más bien de factores económicos, cohesión y orden social y una buena protección de la salud general, también de ciudades y espacios amigables y seguros. La salud mental de la población no depende de los profesionales de «salud mental» sino de otras variables.
Lo que es cierto es que nuestro concepto de «enfermedad» tal y como conté en mi anterior post se ha modificado mucho desde que la psiquiatría emergió como disciplina médica. Pongo por caso las modificaciones que hemos ido implementando como por ejemplo «los trastornos de personalidad» que vinieron a sustituir a las neurosis clásicas. Las enfermedades mentales (sean lo que sean) tienen una característica que las diferencia de las enfermedades somáticas: se trata de la patoplasticidad. Las enfermedades mentales cambian según la época y la conceptualización desde las que se las observa. Así por ejemplo la esquizofrenia actual no se parece en casi nada a la esquizofrenia del siglo XX: han desaparecido las formas negativas, más graves y casi que se han limitado a formas paranoides y formas recortadas (aquellas que no despliegan toda la evolución clásica de una esquizofrenia).
Pero también sucede que han aparecido nuevas enfermedades o enfermedades que afectan a grupos de edad insólitos. Un trastorno bipolar en una niña de 8 años es hoy posible pero los más antiguos de nosotros no habíamos visto ningún caso en 40 años de ejercicio profesional. El TLP (trastorno limite de la personalidad) es hoy la patología más prevalente en la adolescencia, junto con trastornos alimentarios multiimpulsivos y como no decirlo, eso que llamamos autolesiones, otra verdadera lacra que parece cebarse entre los más jóvenes y que afecta con mayor frecuencia al sexo femenino.
De manera que nosotros los psiquiatras asistimos impotentes a la emergencia de nuevas patologías que no existían cuando andábamos formándonos en nuestra profesión y más allá de eso tenemos la impresión de que todas estas nuevas patologías (que no han venido a sustituir a las antiguas sino a solaparse con ellas) son en cierta manera impostadas, es decir responden a estresores sociales, a maneras de vivir, o a creencias compartidas por la población afectada.
Personalmente siempre me he interesado por estos factores sociales que inciden en la presentación de estos casos atípicos que parecen haber sido extraídos de peliculas de terror y que hoy frecuentan nuestras consultas y nuestros hospitales. Lo que caracteriza a estos cuadros psiquiátricos son la no pertenencia a ninguna de las categorías clásicamente conocidas como neurosis o psicosis. En realidad no son ni neurosis ni psicosis, están en el medio, son -políticamente hablando- de centro. Es ahí, en el centro donde se amalagaman, los socorridos trastornos de personalidad, los trastornos alimentarios, las sociopatías, los trastornos no específicos de la conducta, las adicciones, etc. Están en tierra de nadie, es por eso que necesitamos un nuevo concepto donde encuadrarles.
La liminalidad.- La liminalidad es cuando no se está ni en un sitio ni en otro. Este «sitio» puede ser tanto un lugar como un estado mental. El termino fue descrito por un antropólogo francés llamado Arnold Van Gennep muy poco conocido a pesar de que su libro -escrito en 1909- es reconocido hoy como un clásico en el estudio de los ritos de paso.
Un rito de paso es sinónimo de «iniciación» y es un conjunto de actividades simbólicas que marcan y dirigen la transición de un estado a otro, como por ejemplo la transición de la juventud a la adultez o de la niñez a la adolescencia. Advierta el lector que la mayor parte de los trastornos psiquiátricos de los que estoy hablando en este post suceden en esas transiciones.
Liminalidad además señala hacia actividades donde parecemos flotar y fluir sin necesidad de pensar demasiado en nosotros mismos: el servicio militar, el viaje, la enfermedad, el ingreso en un hospital o el domestico duermevela son situaciones o sitios donde parece abrirse un paréntesis en nuestra vida. Un paréntesis que puede cerrarse o no pero en cualquier caso una interrupción a veces liberadora y otras veces trágica y que casi siempre nos cambia para siempre. Lo liminar es la liquidación de lo viejo sin saber donde vamos a llegar, pues lo nuevo todavía no ha aparecido y es evidente que vivimos en una época liminar, de transición y de cambio.
Este concepto de liminalidad ha sido abordado por otros pensadores como Xavier Trias del que ya hablé aquí. La idea fundamental del profesor Trias es la diferencia que encuentra entre el concepto de muro y el concepto de puerta. Un muro no se puede franquear pero una puerta se puede atravesar:
Ante todo esto tenemos que ser capaces de rescatar la vigencia de las formas simbólicas, de las comunidades de relato, de la propia tradición, tan olvidada por la modernidad”. “También hay que rescatar el concepto de persona, en su sentido etimológico, es decir la máscara a través de la cual una voz propia se expresa”.
Lo que Trías quiere señalar es que en nuestra vida necesitamos «iniciaciones» o «ritos de paso» que nos permitan atravesar de forma segura esas transiciones de la vida y propone que hemos quedado desnudos en cuanto a mediadores simbólicos:
¿Qué son los mediadores simbólicos.- Entre el hombre y lo desconocido (lo sagrado o lo Real) existe un intransitable itinerario que debe ser recorrido con suficientes protecciones para explicarse o dotar de sentido a lo desconocido y deslindar así lo probable de lo imposible. Esa es la función de los psicopompos o daimones, los primitivos mediadores.
Así como los dermatólogos recomiendan no exponerse al sol sin protección nosotros los psiquiatras deberíamos aconsejar a las personas no cruzar determinados limites sin la armadura de una buena colección de símbolos y así y todo, hay limites que ningún humano debería cruzar por más que la propaganda nos diga «si quieres puedes» o bien «tus sentimientos son tu guía».
Apareció así el hombre mítico de donde proceden esas figuras que han llegado hasta nosotros con el nombre de psicopompos, es decir mediadores entre el hombre y Dios, que es lo mismo que decir los mediadores entre lo humano y lo imposible, lo incognoscible o lo desconocido.
Pero en un momento determinado -que algunos sitúan en la Ilustración- los daimones desaparecieron y el hombre quedó solo frente a lo sagrado con la única ayuda de su razón. La razón y el mimetismo de los otros, única guía hoy para nuestros adolescentes. El miedo a ser excluido por el grupo y la capacidad del ser humano para ser influido por los demás es tan potente que puede llevar a una escalada de despropósitos en una persona vulnerable y hay que señalar que no hay personas vulnerables, hay edades y situaciones vulnerables.
Para Trías se trató de una irresponsabilidad tremenda del pensamiento ilustrado: haber dejado de lado la cuestión religiosa. La actitud despreciativa ante el hecho religioso es muy grave porque arruina la comprensión de casi todas las formas de cultura que se han generado. Por esto mismo, o te reconcilias con la religión a algún nivel para así poder comprender toda esa gama policroma, o el acercamiento a esas formas de cultura no es posible. Por eso en el libro, “La edad del espíritu”, intentó hacer una evocación de las diversas formas de cultura y pensamiento en sus contextos simbólicos y religiosos, extendiéndose en lo que entiende por filosofía del límite. Cuando Trias habla de límite se refiere a aquello que estimula ese espacio humano de transformación y metamorfosis entre dos momentos estelares. El límite es una franja vital, un lugar para habitar. El más allá del límite es una referencia que se expresa a través de mediaciones simbólicas. El espíritu no es algo abstracto, es lo que impregna las formas simbólicas.
¿Alguien puede entender qué es la muerte sin haberla presenciado o tener al menos una versión mitica o religiosa de la misma? ¿Alguien a los 14 años puede hacerse una idea de qué cosa es la muerte? Es por eso que vivimos negando la muerte.
Lo simbólico, ese toldo que nos protege de los embates de los Real ha sido socavado por la laicización del mundo sustrayéndole sentido y obligando a los hombres a construir nuevos parapetos que le acompañen en su periplo más allá de su limite y explica además porque muchos de ellos no consiguen esa transformación o metamorfosis de la que hablaba Trías y perecen o enloquecen en el intento.
El hombre es un limite del mundo, no sólo atraviesa puertas sino que él mismo es una puerta tal y como podemos ver en este cuadro de Magritte, pero precisa un marco de referencia, un contexto, un relato familiar, un relato de estirpe, de pertenencia para que encaje su interpretación de ese mundo tal y como se ofrece a sus sentidos con su representación. Y no salirse de quicio.
El problema es que tenemos muchas oportunidades de elegir nuestra identidad como un menú desplegable y lo peor: es que lo creemos y creemos además que tenemos derecho a exigirlo. Demasiada personalidad.
Informacion obtenida: https://pacotraver.wordpress.com/2019/07/31/la-liminalidad/
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